Tengo 55 años, soy médico y vivo con un cáncer de próstata; y esto no es una reunión grupal terapéutica…
Tras el paso por diferentes pruebas y por una cirugía robotizada, de la que salí sin los gramos de tejido adecuados y con algunos síntomas secundarios esperados, que con el paso del tiempo han ido mejorando, comienzo a crear lo que durante unas cuantas semanas será mi nueva rutina, las próximas sesiones de radioterapia.
En este caso hablamos de radioterapia de rayo externo, la radiación de dirige a la zona a tratar, mediante un acelerador lineal.
Por lo general el tratamiento es de 5 días a la semana durante varias semanas.
La radiación es más potente que la utilizada en los estudios radiográficos, pero es indolora. Las nuevas técnicas enfocan la radiación con más precisión, lo que permite dar dosis más altas disminuyendo la radiación de tejidos sanos.
El impacto inicial del diagnóstico, pese a conocerlo y manejarlo con una mente médica, ha ido modulándose a través de una visión paciente. Sin miedo, con tranquilidad y con la certeza de que «siempre hay algo que hacer».
En esta ocasión me he quitado la bata y el fonendo, prefiero vivirlo vestido de calle, aunque mis neuronas recuperen a cada paso toda la teoría estudiada y aprendida durante mi vida profesional.
Vivirlo así me está permitiendo descubrir a grandes profesionales que se enfrentan a esta enfermedad desde la normalidad, pero con un plus añadido, digamos, de «amabilidad» que no suele ser habitual en otras áreas sanitarias.
Esta amabilidad resulta agradable, en ocasiones discretamente animosa; en contra de lo que puede parecer, deberíamos pensar en utilizar esta actitud de forma habitual con cualquier paciente y con cualquier diagnóstico, las dudas y la necesidad de ser comprendidos siempre surgen en todos nuestros pacientes.
Mi nueva rutina comienza con los estudios y preparativos para arrancar con la radioterapia: pruebas varias, tatuajes pertinentes, repaso una y otra vez de la técnica, de los aparatos a utilizar y de los síntomas que pueden ir apareciendo como vaya acumulándose la radiación.
Algunos de estos efectos secundarios son similares a los sufridos tras la cirugía, otros en cambio pueden ser nuevos. Los más habituales son:
– Problemas intestinales – proctitis por radiación: puede aparecer diarrea, sangre en las heces y/o una cierta incontinencia rectal.
– Problemas urinarios – cistitis por radiación: frecuentes deseos de miccionar, sensación de ardor y/o sangre en la orina.
– Problemas de erección: después de varios años del tratamiento.
– Sensación de cansancio: que puede durar varias semanas o meses tras finalizar el tratamiento.
– Linfedema: si se afectan los ganglios linfáticos por la radiación se puede acumular líquido en las piernas o en región genital tras el tratamiento y con el paso del tiempo.
– Dermatitis: la piel de la zona radiada puede sufrir irritación e inflamación.
Sé que estoy en buenas manos, lo transmite todo el equipo médico que me atiende y me lo hacen sentir, sin duda.
Me acompañan, como siempre ha sido en mi día a día, mi familia y amigos, por tanto, ¡seguimos adelante!
¿Seré fosforescente cuando acabe? ¿Conseguiré algún superpoder?
Lo primero, seguro que no!
Lo segundo, ya lo tenemos todos aquellos que vivimos con cáncer.
¡Un abrazo a tod@s!